Un político cubano de la época pre-revolucionaria nos apodaba pueblo de chicharrones y café con leche y en verdad, la vergonzosa muestra de falta de juicio y chusmería frente al restaurante Versalles de la calle Ocho en el South West de la ciudad de Miami, es argumento certero.
Aunque a decir verdad sería mejor enmendarle la plana a Orestes Ferrara, pues ahora somos una comunidad de cortadito y croquetas, apareados frente a un restaurante como tribuna de ideas.
El hábito de ir tarde a comprar pan cubano, esa deliciosa enjundia de manteca de puerco empavesada con mantequilla derretida, el cual sólo encuentras en lugares como el Versalles, a las impredecibles horas de la jornada cotidiana, se ha visto estorbado en las últimas horas por un enjambre de camiones de televisión, fotógrafos y carpas de periodistas.
Todos ellos desplazados con un objetivo común: capturar a un exiliado cubano.
Si bien no he tenido la oportunidad de ver uno en largo tiempo, a ser sincero nunca, tengo la fe puesta en que esos jóvenes experimentados, bien equipados, pero sobre todo, ilusionados colegas, capture a alguno y esa persona mítica pueda, ante las cámaras expresar las razones de la existencia de su raza sublime.
Hasta ahora por las reseñas de la radio de Miami no me ha sido posible dar con él y debo confesar: parte de mis incursiones al Versalles están dadas por el mismo interés de las hordas de turistas cotidianos, deseosos de captar en los lentes de sus cámaras digitales, ese pedacito de historia de Miami, aparte de souvenirs de falsos habanos y las baratas guayaberas made in China.
En la televisión salen desde ayer los personajes ordinarios de estas áreas pobres como la Saguesera. Señores maduros (bien maduros) de pelo y bigotito en retinte negro, con sacos oscuros, apropiados para el clima asfixiante de la Florida y hombros espolvoreados de caspa.
Otros de húmeda mirada torva, como quien oculta deudas y mantiene los pies bien en la tierra para la arrancada fácil, siempre profusamente adornados de anillos, relojes y cadenas de oro con imágenes de la virgen, a la espera de algún turista perdido que malgaste una foto en su cara de rata.
Y por supuesto, están los loquitos del barrio, quienes más allá de la miseria y la frustración, rindieron la realidad ante sus quimeras, tras la larga espera de la muerte de un hombre para vivir su vida.
Espero cada día encontrarme a ese exiliado, apeándose de una guagua en medio de una nube de vapor húmedo de aire acondicionado, fuerte y orgulloso en sus ideas y lo veo apañado a lo Liborio, de sombrero, guayabera y polainas, canoso y estriado de mil batallas, dispuesto a defender con argumentos feroces las ideas de su raza, o al menos así lo pinta la radio local.
Pero no, en estos días, las cámaras traen el mismo regajero de frustrados mortales, los mismos deshechos viles de cada día en estas aceras, bufones ajados por las miserias de Miami, con la pátina del olvido en sus pelajes.
Más no hay que desmayar, esto pasa, como tantos otros sucesos de este lugar y tal vez mañana, cuando sólo queden cables olvidados, envolturas vacías de rollos fotográficos y basura reporteril, pueda uno volver a su rutina de emigrado y apaciguar la nostalgia con el sabor del pan cubano de la saguesera.
¿Quién sabe? Tal vez la recompensa descienda de una nube y aparezca el exiliado desconocido.
Ese, ese sí sería un acontecimiento.
Coral Gables, FL, Agosto 1, 2006