Durante años el tema de los visados o permisos de entrada a Cuba ha sido motivo de debates hasta para muchos que no sufren la humillación de tener que pedir permiso para poder entrar a su propio país de origen.
Sin embargo, politiquería aparte, el hecho de establecer barreras a la entrada no radica solamente en el simplismo del control burocrático de funcionarios, el cual existe, o el interés financiero de determinadas instituciones, también evidente.
Tradicionalmente quienes más se ven sometidos a este sistema son las familias cubanoamericanas que regresan al país, ya sea a visitar a familiares o amigos, o sencillamente por volver a su terruño.
Pero hay algo más. La puerta de Cuba se ha tenido que guardar celosamente de enemigos bien evidentes, pagados y entrenados por el gobierno norteamericano, los cuales en muchos casos, han cometido delitos y ataques terroristas.
La sangre de inocentes de ha vertido por estos patriotas que han importado explosivos plásticos, armas, medios para atentados bacteriológicos, dinero falso y drogas.
¿Vamos a exigir abrir las puertas a ese peligro para el pueblo cubano? No creemos que sea un momento muy oportuno, ni en los propios Estados Unidos para usar esos argumentos.
Por supuesto que no deben pagar justos por pecadores. No todos somos enemigos y la labor de fronteras, policíaca y de control, debe ser dirigida a proteger al país, sin afectar los intereses económicos y de la reunificación de la familia cubana.
Ahora bien, veamos la otra cara de la moneda: las limitaciones de viajes impuestas por el embargo y las regulaciones migratorias norteamericanas.
En estos momentos para el cubano americano común y doliente, es necesario pedir un permiso para viajar a su propios país de origen, pues la ley norteamericana le permite, luego de llenar innumerables y costosos papeles, viajar legalmente, solo una vez al año.
No sólo eso, los viajes a Cuba, donde participan cada año cientos de miles de los dos millones de cubanos y sus familiares residentes en los Estados Unidos y Puerto Rico, no son por líneas aéreas regulares norteamericanas.
Aunque hoy en día aeronaves de American, Continental, United, Delta y Gulfstream vuelan a la isla, no lo hacen por rutas normales sino a través de compañías charter o de alquiler de aviones desde tres ciudades norteamericanas hasta cinco aeropuertos cubanos.
Estos vuelos están obligados por ley a establecer férreos controles de seguridad en los aeropuertos norteamericanos, por las reales amenazas terroristas que se han presentado por esos combatientes del exilio que hoy lucen en vez de la piel del lobo la de la oveja.
Nos quejamos de los precios increíbles del papeleo y los pasajes a Cuba, pero tan pronto cualquier organización trata de promover un cambio en el embargo, nuestra doble moral y el miedo nos impiden participar en cualquier movimiento dirigido a nuestro beneficio.
La comunidad cubanoamericana envía cada año en dinero, medicinas, ropa y alimentos, o gasta en preparación de viajes a la isla cientos de millones de dólares aquí, en territorio norteamericano.
Pero la mayoría de ese dinero se queda en Miami, o en otras ciudades donde radican las mayores concentraciones de nuestra gente, por concepto de comisiones que cobran las agencias de viajes por el papeleo impuesto por el embargo.
El dinero se queda, no va para Cuba, pero al no existir un Consulado cubano en áreas donde el tráfico es mayor, como el caso de Miami, éstas oficinas se convierten en intermediarias de un jugoso tráfico para el procesamiento de documentos de viaje.
La doble moral del embargo se extiende a los funcionarios norteamericanos, al nivel federal, estatal, de condados y ciudades, los cuales si bien exigen a los negocios legítimos relacionados con los viajes, costosas licencias, reportes y fianzas, no actúan contra las miles de oficinas iegales, las cuales pululan en nuestras comunidades, ante la vista de estos oficiales.
La política genocida contra el pueblo cubano que ha constituído este embargo económico de más de cuarenta años, no actúa solamente contra el pueblo cubano de la isla, afecta y hiere a los cientos de miles de cubanoamericanos en los Estados Unidos y Puerto Rico en sus relaciones con la isla.
Hablamos de exilio y decimos que es un problema político, pero es un arma muy real, no contra el Gobierno cubano y su sistema político que no ha sufrido mella en más de cuarenta años: sino contra nosotros mismos, nuestras familias y hermanos de la isla.
Mientras tengamos, como el avestruz, la cabeza en la arena y el trasero al aire, no habrá cambio en esta situación y sí menos dinero para nosotros y más papeles inútiles entre nosotros y la isla.
Debemos exigirles a esos mismos políticos para quienes el tema de Cuba es un instrumento para velar sus payolas y maniobras corruptas, un cambio en nuestra situación actual, como ciudadanos y residentes plenos de la sociedad norteamericana.
Nadie, sino somos nosotros mismos, va a venir a quitarnos el embargo que sufrimos contra nuestras familias y las relaciones normales contra nuestro país de origen. .