La responsabilidad histórica de un funcionario diplomático va más allá de la ética profesional o los mandatos de su profesión.
En el caso del Sr. James Cason, jefe de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana, quien ha rebasado tanto sus facultades, como su deber.
Nadie puede decir que los acontecimientos de las últimas semanas en Cuba no han tenido antecedentes, tanto en la política hostil y agresiva de los Estados Unidos, reflejada en documentos metodológicos como el Carril Dos, como en las declaraciones y orientaciones oficiales a sus funcionarios.
Lo lamentable y dañino a las relaciones entre los dos países, es que esa política y las acciones de estos diplomáticos estén manipuladas y dirigidas desde Miami, por los grupos más reaccionarios de esta comunidad, solamente interesados en mantener su negocio de la crisis.
No son todos los que están, ni están todos los que son en las noticias, ni siquiera de un libelo tan lamentable, vendido y amarillo como El Nuevo Herald, digno representante de la mejor tradición de la industria de la prensa corporativa norteamericana.
Detrás de esta intensificación de la agresión y las provocaciones han estado paso a paso nuestros tres congresistas federales y sus patrones, los papás y las mamás de la intransigencia y el odio.
¿Quién ha sido la más afectada por estas acciones de nuestro bien pagado hombre en La Habana?
La familia cubana. Hoy en día de las cacareadas 21,000 visas anuales para reunificación familiar no se otorga ni la tercera parte y no hablemos ya de las cantidades irrisorias de permisos para visitantes.
Además, ¿hacia dónde están dirigidas las medidas del tesoro federal para proteger a ciudadanos y residentes norteamericanos en sus viajes y relaciones con la isla?
A satisfacer a los ex-tremis-tas que viven del dinero federal destinado a sus organizaciones de cuatro gatos.
Es risible que con los recursos y la organización de las instituciones federales que se ocupan de fiscalizar la industria de viajes a Cuba, estos agentes del desorden no puedan controlar a las cientos de agencias de viajes ilegales que operan bajo sus narices y estafan impunemente a nuestra comunidad.
Hoy en día se llenan de cacareos alarmados, las cuatro cotorras necias de la llamada radio cubana, sobre la infiltración de agentes cubanos en los grupos disidentes y de prensa independiente de la isla.
Nos preguntamos, ¿qué sucedería si en los Estados Unidos, un gobierno extranjero comienza a pagar y mantener una oposición anunciada, dirigida a perturbar el orden y derrocar al Gobierno legalmente electo?
No son nuevos los secuestros, las agresiones, el terrorismo y la subversión, pagados y alentados desde territorio norteamericano.
Tampoco es desconocido el hecho de que la política de Washington hacia Cuba sea más un manual de aplicación de procedimientos de insurgencia y dinámicas de sedición que un programa diplomático para mejorar las relaciones con un vecino.
No somos tontos, ni estamos en los años 60. Esta comunidad, al igual que el pueblo cubano, se merecen el respeto de quienes dirigen la diplomacia norteamericana.
Ahora habría que ver si quienes llevan el timón de la aplicación de esa política hacia Cuba, tienen la dignidad y la hombría de responder a los intereses del pueblo norteamericano, o son tan necios como ese grupo de extremistas retrógrados que permiten los controlen desde Miami. .