Por estos días polvorientos y ajetreados, de nuevo me permitieron visitar La Habana, esta vez por la Novena Cumbre de Presidentes Iberoamericanos. Mi enredo de cables, micrófonos, cámaras, casetes y ropa que nunca usé, fue a parar a una encalada casa de Alturas de Belén, dónde cada noche una luna helada me despertaba en la madrugada aterido en sudores en medio de una cama extraña, sin encontrar horizonte o compás en una ciudad que ya no era la mía.
Los reyes de España, Juan Carlos y Sofea también estuvieron por allá y aunque tampoco pudieron darle tres vueltas a la Ceiba del Templete, la cual concede tres deseos a quienes en el aniversario de la fundación de San Cristóbal de La Habana les den la vuelta, tirando monedas.
Lo que sí hicieron 1os Reyes de España fue pasearse sonrientes por sus calles y llegarse a la presentación de la compañía de teatro infantil La Colmenita en el barrio habanero de Fontanar. Luego de la aventura de un traqueteante taxi -pagado en dólares- “OK” en medio de insondables baches, esquivando bicicletas y los recientes manzanares cubanos de atados de basura encaramados de los árboles para protegerlos de perros y gatos voraces, llegamos a una escuela de niños minusválidos.
Los reyes y todos los presentes disfrutaron en medio de una desacostumbrada fresca tarde de noviembre de la actuación de los pequeños de una obra del poeta nacional José Martí, precisamente hijo de español y cubana, quien dedicara su vida a la independencia de Cuba del poder colonialista español, hace ya un siglo.
Meñique es parte de uno de los libros más bellos que he leído en mi vida, "La Edad de Oro", donde el poeta encontró tiempo en su ajetreo de revolucionario y periodista para dedicar horas de papel a crear una colección maravillosa de imaginaría y talento dedicada a su hijo. Sólo a quien Dios depara el honor de padre puede entender tamaña puesta de amor en tan pocas páginas.
La obra trata sobre tres hermanos huérfanos que se reparten el mundo y donde el más pequeño, con su corazón de oro e inteligencia natural, encuentra y apadrina un hacha que cortaba sola, una nuez que produ-cía agua abundante y pico mágico, los cuales, sin parar, eran paladines del trabajo y la dedicación como las propias abejas, obreras incansables del polen y el color.
Meñique llega al palacio del rey y debe derribar un árbol inmenso que no permitía la vida y se oponía al desarrollo, lo cual logra con su hacha que cortaba sola. Luego debía producir agua, para un pueblo seco por las latitudes de la vida y su nuez incansable lo logra en un suelo convertido en piedra, en el cual abre un agujero con su pico mágico.
Pero no pudo casarse con la princesa y vivir eternamente felices, como prometió el rey, pues las envidias de la política y los cortesanos lo impidieron, por tanto debió pasar otra prueba e ir al bosque, a enfrentarse con un gigantesco y poderoso ogro, el más grande del mundo, solamente con pan y queso, lo cual logra al fin y puede ser rey y perdonar a la vez a sus envidiosos hermanos y ser feliz por siempre jamás.
Entre la multitud sudorosa que trataba de atisbar las escenas, donde en medio del remolino de cámaras, luces deslumbrantes y flashes, las personas trataban de lograr unos instantes Reales, hojee entre los empujones el folleto que unos días antes un ramillete de niños me trajo con sus sonrisas felices brillando en los trajes multicolores de tantos cuentos infantiles de mi infancia.
"Compañía de teatro infantil La Colmenita" -leí. "Las abejas, puesto que pueden leer el lenguaje del cielo, no pierden nunca el regreso a casa". De nuevo se me aguaron los ojos en La Habana y ya no pude ver más del circo de periodistas e invitados, tratando de lograr un minuto de reyes, cuando delante tenían un manojo de niños enfermos, rodeados del amor de maestros y padres, la verdadera realeza cubana.
Necesitamos Meñiques como ellos, no beduinos en sus tribunas de papel, vociferando su amor por una Patria que desprecian en su azafrán sudor mulato; reales príncipes como ellos, en sus limpios y descoloridos uniformes color bandera y no mercachifles capirros que lucran con la nostalgia y el dolor de la desarraigada familia cubana.
Esa tarde vi. la verdadera realeza cubana y al amanecer, en un campo florido, verde oscuro de amor y rojo sangre de tierra fecunda, los vi agruparse como abejitas desde el sol de oro para izar la bandera tricolor de Martí en una humilde escuela de campo, de madera y taburete, sin luces ni payasos, sin reyes de papel.
Allí montaban guardia mis muertos queridos y en la sonrisa del poeta, el resplandor del machete del mulato Maceo, las melenas heroicas de Camilo, entre tantos y tantos, recuperé, mi ciudad, mi historia y mi vida.
LNC Noviembre de 1999
* Director de La Nación Cubana, esta crónica esta incluida en su libro Ciénaga de la Angustia
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